El mejillón que colmó el vaso.

Las Tribulaciones de Mariola Po - Capítulo IX


     Las latas en cambio, no me daban más que confusión, se me caían, se me equivocaba el estante, tropezaba con todo el mundo, porque esto parece el metro, madre, aquí todos van con prisas, no saben a dónde pero es igual: hay prisa. Se me fueron las ronchas a base de las leches que me dieron con los carritos de veinte duros. Tenía más cardenales en el culo que el Vaticano en un Concilio y para colmo don Hipólito me destrozaba los tímpanos a base de broncas atravesadas.

     Acabé con un ataque de histeria crónica dejando en pelota viva de un trancazo a una pobre señora que tuvo la mala hora de pedirme que me echase a un lado, por favor, para poder coger una lata de mejillones.

     Casi me echan por el numerito pero resolvieron ponerme de nuevo de cajera, por lo del sindicato, y cargarla a cambio, con el jefe de personal, don Hipólito, que se marchó a un pueblecito de Ávila para meterse a pastor de ovejas pardas.

     Peor suerte corrió el médico que se pasó dos semanas desquiciado y con los nervios destrozados buscando la causa de mi mal por los conductos del aire acondicionado, analizando el pesticida de cucarachas con que rociaban los estantes cada noche e incluso sospechó de la lycra de mis bragas. A cambio de tanta preocupación esmirrió veinte kilos y se quedó calvo tipo Mister Próper.

     Dicen que ahora anda vendiendo a domicilio llaveros con termómetro incorporado para tomarse uno la temperatura a cualquier hora y participando sin éxito en programas de orientación profesional para jóvenes.


1 comentario: